viernes, 18 de mayo de 2007

Noches de otoño




Podría estar feliz por todas las cosas que he ganado en la vida, por haberte visto sonreír una vez, por permitir que tus manos grandes y laboriosas gastaran mi piel con sus caricias...


Podría estar cantando bajo la luz del atardecer, desnuda, refugiada en mi credo, en la libertad del que nada posee...


Correr hacia un pantano y hundirme en la humedad y el silencio.


Te extraño... y siento pasar las horas como un cuenta gotas... como si un reloj de arena desmontara cada uno de sus granos, y volviera en sentido contrario el tiempo.


Y agonizo en la espera...

En el silencio que queda en la casa cuando te vas...

Y procuro disimular ante la gente y mantenerme serena.

Mientras por dentro me desgarro... y me hinco ante tu voluntad.

Nada poseo...

Todo lo mío te pertenece...
Esta noche podría estar feliz por haber sentido tu abrazo enterrado en mi alma, tu corazón palpitando al borde de mi pecho, tus labios explorando los míos...
Podría estar recontando esos recuerdos que me han hecho soñar contigo una y otra vez, y querer despertar y hallarte a mi lado, ya real y no esa figura de humo que se desvanece a la primera luz del amanecer...
Y sólo se queda pegada a mi alma aquél suspiro etéreo, en una noche cualquiera de febrero...
y mis lágrimas agotándolo todo.
Te extraño... esta noche me desahogaré y mañana me verás feliz, no sabrás lo hondo de mi dolor, de tu ausencia.
Y aquí estoy, con tu nombre, otra vez marcado en la llema de mis dedos y un crucifijo, rezándole a mi Dios.
Tantas noches de ausencia... y siempre presente.
Hoy te destierro... mientras la niebla de mayo cubre tus rastros.
Y presiento que desde las sombras te preguntas por mí, si he vuelto a ser feliz.
Esta es la última carta que te dedico, porque ni mereces mis letras ni yo tu compasión. Hoy me erijo valiente... y lo que eras para mí, esta noche queda enterrado entre las estrellas y la soledad.

No hay comentarios: