miércoles, 27 de diciembre de 2006

tus abrazos



Cada vez que sentía tus brazos enredados en mis hombros, ese perfume con sabor a almendras, tu pecho robusto jugando a ser mi almohada de lamentos... tu cuerpo conjugado a mi necesidad...




No puedo decirte cómo me has abrigado del mundo, me has enseñado que un abrazo a tiempo puede salvarte el alma, convertirse en una brisa cálida como el beso de un ángel. Aquella vez, cuánto lo necesitaba... mi utopía desgarrada a pedazos, arañada por las lágrimas que se deshacían en mis mejillas y buscaban el equilibrio al borde de mi mentón. El dorso de tu mano, elevando mi rostro, empardando nuestros ojos, la caricia acertada... el refugio, el cádiz. Y sentir que por un instante estaba en el claro de un bosque, y que no importaba lo oscuro que fuera el futuro, en mi presente, en ese instante, estabas vos... siempre presente, mi amigo, mi confidente, mi ilusión secreta.

Me desmoronaba, era una ruina, apenas podía respirar, pero no me soltaste, me dijiste simplemente: "No vale la pena", y ese abrazo de oso, firme y étereo al mismo tiempo, como si temieras romperme y a la vez no pudieras soltarme.

Tus abrazos fueron convirtiéndose en mi motivo, mi fuente, mi elixir... los fui necesitando, adorando, enalteciendo...

Hoy eres ese espíritu guardián, por el cual sueño y sonrío... eres el mago sin hechizos, que eclipsó mi corazón, un hado, un solsticio...
Eres mi todo, mi motivo, mi inspiración...
De tus abrazos me enamoré, tu ternura me eclipsó, tu amistad fue mi muelle, mi sostén, tu sonrisa un espejo de la mía... Gracias a ti, resucité y me convertí en la mujer que te anhela, te espera y adora...
Gracias por ser ese milagro... te amo.

martes, 26 de diciembre de 2006

Navidad...








Salté de la cama, corrí hasta el living, y allí a un lado del arbolito de navidad, sin pesebre (a pesar de asistir toda mi vida a un colegio católico), mis padres eran ateos... había un paquete, grande... envuelto. Claro, Papa Noel solía ponerle etiquetas, para que mi hermano y yo no confundiéramos los presentes.
Cuando era niña, la casa se llenaba de gente, familiares, esas tías abuelas que se emocionaban pellizcando los cachetes (como si no doliera), y la prima que venía y rompía mi juguete nuevo. El primo, que era el héroe para nosotros, los más pequeños y que salía disparado a tirar cuanta cañita voladora hubiera en sus manos, y las bombas de estruendo. La abuela, que ya enferma de cáncer, pálida y delgada se esforzaba para poner la mejor sonrisa, cuando yo la idolatraba y la perseguía como una sombra incansable para que me divirtiera y consintiera. Aquél abuelo que no sabía cuál era el límite entre el vino, la fresita y la sidra... que terminaba dando sus tremendos discursos sin ton ni son, en la cabecera de la mesa. Y que siempre los terminaba con ese famoso: "Brindemos". El perro, enorme... y asustado, que se escondía debajo de la cama, aturdido por el ruido de las fiestas... la gata peluda sobre la que algún tío solía apoyarse sin querer en esas noches de verano, mientras vigilaban a los nenes, para que no se lastimaran con la pirotecnia.
Salir a medianoche para contemplar el cielo infectado de luces, aquél globo que algún ingenuo confundía con un ovni, el brindis, las risas, la ensalada de fruta, las anécdotas, ese mundo de grandes, tan rico, tan anhelado para los chicos, que sólo estábamos a la espera de los regalos y el mantecol.
Pelar el ananá, la única fecha del año que veíamos esa fruta enorme. La música, las fotografías, la familia reunida...
El despertarse bien tempranito al día siguiente, sintiendo la nostalgia que te deja la casa vacía, silenciosa... abrir los regalos con emoción y cuidado y encontrar algo que no imaginábamos que nos iban a obsequiar, y una maya nueva, y un bolsito amarillo de kittie que no sirve para poner nada, excepto sueños... los juegos para el family, o esa muñeca articulada, con los pelos parados y ojos grandotes... Y dormir esa noche abrazada a los regalos que papá noel nos dejó, y olvidarlos al día siguiente debajo de la cama, ya sin la emoción del estreno y la novedad.
Ahora nuestras navidades son de gente grande, apenas una cena... nada de brindis, y sólo papá, mamá y yo... Y sí, la nostalgia me anuda el corazón y recuerdo otra vez la sonrisa cansada, amable pero siempre disponible de mi abuela, tantos años atrás... mis primitos compinches de aventuras, que si hoy veo, apenas reconozco, y la magia de esas noches que parecían estar llena de polvo de hadas como en el relato de Peter Pan...